Drôle de Guerre

Imaginen la sala de comedor de una casa de clase media, decorada con un estilo propio del período de entreguerras y abandonada desde entonces. Piensen en telarañas, polvo, vajilla desfigurada sobre el suelo, humedad que se come el techo de madera, que ha empezado a caerse y desde una de sus grietas ha fluido lluvia de años, creando una mancha en el piso, cubierta de moho y otras inmundicias. Todo esto muy cerca de donde antes hubo una mesa elegante, para las pocas visitas, puesta sobre una gran alfombra. Hay hojas secas, las ventanas están rotas y los animales del valle han entrado a hacer sus cosas y quizás morir de viejos, como no pudieron sus dueños originales, desplazados quién sabe por qué fuerzas. La sala es un soldado que ha viajado a tierras donde predominan otros colores de piel, pero donde la sangre es igual de roja y brota cuando se atraviesa la carne con balas, cuando se atraviesa a las viudas con otras clases de armas que siembran fetos mestizos en los vientres. La sala es un soldado que regresa de la guerra y se deja crecer la barba, la soledad y la locura, que se deja habitar por animales y vagabundos para no desaparecer. Imaginemos que la sala es una invitación a la memoria o a la ficción, y que debemos salir por su ventana, volando como una brizna de paja, atravesando el valle fértil que la rodea, lleno de verde y brillo, hasta llegar a la boca de un búnker que brota antes de salir de sus predios. Imaginemos que la sala era un preámbulo para ese búnker y que ahora nos sumergimos en él, como si no tuviéramos materia, y vemos, mientras bajamos, cada una de sus capas de metal, sus tuberías, sus entramados eléctricos, sus madrigueras de conejos y ratones, sus filtraciones. Y tras terminar el descenso, ya en medio de la sala de operaciones, podemos ver a dos civiles, un hombre y una mujer, sentados en el piso, con la ropa y la piel sucias y maltratadas, como si llevaran años allí. Imaginemos que la mujer se llama Judi y el hombre Daniel y pensemos que los encontramos imbuidos en alguna conversación.

—¿Sabes cómo… sé que esto que estamos viviendo es real o… —titubea Judi, la boca abierta, los labios curtidos— o por lo menos… que no estamos vivien… que no estamos en una película o una novela?

—¿Cómo?

—No, no. Déjame empezar de nuevo. ¿Sabes por qué —Judi pone todo el peso de sus palabras en el «por qué»— sé que esto que estamos viviendo es real o por lo menos que no estamos en una película o una novela?

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Murió Game of Thrones. Larga vida a Game of Thrones

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Desde que inició esta serie, o más concretamente desde que la empecé a ver, por allí cuando iba por su temporada 3, he querido escribir sobre ella en este blog. Pero siempre me he paralizado ante el vértigo de notar que ya todo estaba dicho, y además muy bien dicho, sobre cualquier punto de la serie: guion, actuación, producción, banda sonora, narratología, fenómeno cultural e incluso comparativas con otros productos televisivos y cinematográficos. Si algo ha caracterizado a Game of Thrones desde sus inicios es su capacidad para generar conversación social, desde la más humilde recomendación boca a boca, hasta los más elocuentes ensayos, pasando por los memes y la cultura spoiler más intensa de la televisión. Todos parecían querer tener algo que decir sobre la serie y, cuando no, algo que repetir o convalidar.

Cuando Ned Stark muere, ese a quien creíamos protagonista y protegido por el plot armor que ya conocíamos de toda la industria del cine y la televisión, los despistados que no habíamos leído el libro quedamos en shock y supimos que estábamos ante una serie completamente diferente. Antes de eso, nuestras pistas eran solo los diálogos inteligentes, el logro de convertir a un enano en uno de los mejores personajes, la crudeza, la política, el sexo, el incesto. Pero de eso ya teníamos un poco en productos televisivos previos. Salvo el enano y el incesto, ya todo eso lo habían ofrecido The Sopranos y The Wire antes, y además con puntos extras a favor que Game of Thrones jamás tendría por ubicarse en el contexto temporal y el estilo de ficción en que lo hacía. No en vano, David Benioff y Dan Weiss vendieron la serie a HBO como un The Sopranos en el medioevo.

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Luego, llegó la infame Boda Roja a trastocar todo lo que creíamos saber sobre ficción, sobre escritura de guion, y Game of Thrones terminó de convertirse en lo que estaba destinado a ser. Después de eso, cada vez era más difícil para la serie superarse, pero al menos en el territorio de las batallas lo lograban. Cada nueva batalla era más compleja, más épica, mejor producida y más larga. La subtrama de los White Walkers, floja al inicio, fue tomando cada vez más fuerza junto con el resto del componente fantástico de la serie. Las «esperadas» muertes «inesperadas», en su mayoría, hacían justicia al legado, aunque no podían superar a la muerte de Rob y Catelyn Stark. Eso hasta que llegó el que yo considero el mejor capítulo de la serie: The Door.

La muerte de Hodor, al menos para mí, es la máxima muerte de toda la serie y de la historia de la televisión, no solo por el factor inesperado, que ya todos esperábamos de la serie, sino porque constituye la más rápida creación de empatía y conexión emocional que se ha gestado jamás y configura la profecía autocumplida más madura, inteligente y mejor plantada probablemente de toda la ficción (exageración que espero se me permita, a sabiendas de que no he consumido, ni de cerca, toda la ficción del mundo). Hodor siempre fue un personaje entrañable, pero no se trataba de un personaje ecoico en términos de empatía. Nunca sentimos dolor por su discapacidad, nunca esperamos conocer sus orígenes, nunca nos generaron demasiadas risas sus burlas ni nos pareció indispensable su permanencia como personaje. Si Hodor hubiera desaparecido antes de que Bran iniciara su viaje ni siquiera nos hubiera parecido extraño. Y si hubiese muerto en circunstancias más mundanas, le habría dolido solo a un puñado de personas.

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Sobre la base de eso, y con una secuencia que no supera los 5 minutos, consiguieron humanizar a un personaje, convertir su gesta en admirable, su dolor en ecoico, su valentía y fidelidad en ejemplo, todo ello mientras cerraban un relato circular que Borges hubiera querido escribir con la misma grandeza. Todos nos sorprendimos llorando (he visto centenas de reacciones en Internet y todas desembocan en llanto) y nos sorprendimos amando a Hodor y maravillándonos de una serie que pensábamos que no nos volvería a sorprender en ese nivel. Y, justo después de ese capítulo (descontando la batalla de los bastardos), no lo volvió a hacer jamás. Porque allí empezó su declive.

Sin nada más que mostrar, la serie empezó a repetirse. Y sin demasiados personajes restantes o tiempo para crear nuevos, los antiguos empezaron a ostentar el plot armor que creíamos que no se calzaría nadie en la serie. Ya no parecía tan fácil que los buenos murieran y los malos morían a cuentagotas para no quedarnos sin enemigos antes de tiempo. Los diálogos se tornaron sonsos y malas copias de sus días dorados, porque todo lo que se extiende lo suficiente en el tiempo es propenso a delatar sus fórmulas. Y es entonces cuando las inconsistencias de la serie empiezan a notarse. Inconsistencias que existieron desde el inicio, como la velocidad de los traslados espaciales a conveniencia del guion, pero que ahora se sentían más obvias porque no había una trama suprema haciendo que nos olvidáramos del resto. Y algunos de los viajes narrativos de personajes empezaron a dar giros porque sí y no porque tuviera sentido.

Muchos dicen que esto se debe a que los creadores de la serie se quedaron sin el contenido original de George R. R. Martin, pero yo soy menos optimista al respecto. O más cínico. Creo que finalizar una obra de esta envergadura haciendo justicia a las expectativas que ella misma ha creado es casi imposible. La decepción, en estos casos, es la norma. Cuando no se escalona el nivel de sorpresa, cuando no se administra correctamente el clímax y los ritmos de tensión y distensión, porque constantemente generas nuevos picos nunca antes experimentados, sin duda y con toda justicia, la gente esperará mucho más de lo que estás capacitado para dar. Y piénsenlo: ¿era razonable esperar que el final fuera otra boda roja, después de todo lo que la misma serie nos enseñó a esperar de ella misma? ¿Era posible la misma sorpresa, la misma conmoción?

Y en la misma línea podríamos preguntarnos: ¿era posible que los últimos diálogos políticos nos resultaran tan inteligentes como los mejores de cada etapa o personaje de la serie?, ¿era posible que no termináramos detectando el patrón con el que estaban construidos y no nos aburriéramos más de que no quebraran nuestras expectativas?

Desde este punto de vista, el error de los creadores (de serie y libros) fue darnos todo y quedarse sin nada tanto tiempo antes de poner el punto final. Con tanta antelación como para que nos preguntáramos «cuándo llegará Daenerys a Westeros», «cuándo sabremos realmente qué son los White Walkers», «cuándo dejarán de jugar este juego de tronos». Y así, mientras el final se extendía y veíamos patrones en donde antes todo era sorpresa, y la narrativa se hacía obligatoriamente más plana porque había gastado sus mejores recursos ni bien empezando, comenzaron a sucederse los errores imperdonables, que sí podemos jugar a fantasear que George R. R. Martin no los hubiera cometido.

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La transgresión del viaje psicológico de los personajes como sustituto de la posibilidad de sorprender con algo más, los deus ex machina de primer semestre de escritura de guion porque el planting ya no es una opción cuando has quemado a tus personajes y los has acorralado en coreografías de las que ni tú sabes cómo sacarlos, el corte abrupto de una de las dos tramas centrales de la historia, sin explicar nada más… La lista de errores imperdonables es grande y la tentación de que no vengan de la pluma del creador original es mayor. Porque sino, ¿con qué nos quedaremos al final? Pero, de nuevo, yo soy más cínico, pues no olvido que buena parte de los admirados episodios de la sexta temporada también fueron susurrados, sin un libro de respaldo, y no son muchos los que se quejan de ellos. No se trata de que David y Dan no supieran tomar el dictado; sino de que el dictado no contaba con la calidad y el asentamiento que tiene una obra ya escrita.

Salvo que George haya hecho muy bien la tarea, y haya leído los cientos de foros de análisis de las últimas temporadas, y que se haga de un grupo de asesores de trama tan grande como el que se usa para escribir una serie, pero sumamente atípico para la escritura de libros, considero poco probable que el final canónico sea demasiado superior. O al menos que supere los mejores momentos de la serie. Porque el primer error lo cometió George al matar a Ned tan temprano, al estremecernos con una boda roja tan prematura, al gastar clímax como quien lanza billetes con una pistola, porque cree que no hay un mañana, porque confía demasiado en que la fuente de la que emanan es infinita. No en balde ha tardado tanto en terminar de escribir los libros. Si a eso no le podemos llamar bloqueo creativo, incluso pánico a crear, no sé entonces a qué le podemos poner tal calificativo.

¿Que George no será tan idiota para repetir los errores que ya cometieron David y Dan? Seguro. Pero eso es más suerte de George que culpa de David y Dan. De igual forma, a George le toca una tarea incluso más compleja que la original: cerrar la serie y con ello cerrar la herida que dejó en los que no consideran permisible un final menos que perfecto para la historia que cambió su forma de ver la ficción. Yo, en cambio, espero mucho menos. Me basta con un final que sea honesto y consecuente con el desarrollo de los personajes y que dé cierre a las dos tramas centrales. Si hay grandeza narrativa en ello, sería un agregado. Un agregado que no espero, pues en ese terreno ya ofreció mucho.

Pero volvamos al inicio de todo esto. Durante la mayor parte del desarrollo de la serie, parecía que ya todo estaba dicho sobre esta y desde todos los puntos de vista. Pero, de pronto, en la temporada anterior, y con más intensidad en esta, surgió un tema inédito para los analistas: el análisis del error. Una serie caracterizada por su madurez e inteligencia narrativa había dejado muy poco espacio para la cultura hater, para los recolectores de inconsistencias e incluso para los cazadores de vasos de Starbucks. Así que había una parte importantísima del debate que nos estábamos perdiendo, obnubilados por la grandeza del producto: ¿qué tanto hemos aprendido de narratología hasta la fecha como para aspirar a algo superior a lo que sea que nos ofrezca Game of Thrones? ¿Qué tan capacitados estamos para analizar lo brillante y lo opaco de esta serie en función de lo que ha logrado esta tercera edad de oro de la televisión y lo que todavía le falta por alcanzar?

Antes de que la serie comenzara su declive final, la pregunta que más escuchaba y leía era: ¿Cuál serie es mejor entre Game of Thrones y Braking Bad? Aunque desde el inicio hubo bandos definidos hacia una u otra serie, parecía que la respuesta final solo se podría obtener cuando terminara Game of Thrones. Y ahora, lo que se lee en el panorama es que Braking Bad quedó en el peldaño superior, por ser una serie impoluta de principio a fin, una que no defraudó expectativas y sorprendió gratamente hasta el capítulo final. Yo, personalmente, considero a Mad Men superior, pero ese es otro cuento.

Lo que sí es cierto es que, haya ganado o no Braking Bad esta batalla imaginaria y en cierto punto desequilibrada de comparar la calidad de dos estilos y géneros tan distintos, hay un mérito que solo tendrá Game of Thrones, al menos entre estos dos gigantes: el de subir la conversación colectiva, la crítica serial y cinematográfica al siguiente nivel. Porque la única razón por la que Braking Bad ganó esta carrera es porque Game of Thrones se partió la pierna en la recta final. De no haber sido así, de haberse cumplido la promesa, de haberse cerrado el presagio, Game of Thrones no solo hubiera terminado como la mejor serie hecha hasta la fecha sino que, al igual que Braking Bad, Mad Men y todas las obras maestras de la serialidad contemporánea, nos habrían dejado tan anonadados, tan mudos, con una sensación de inferioridad y vulnerabilidad tal, que no hubiéramos podido comprender cuánto hemos aprendido sobre cómo debe contarse una historia en los últimos años.

El debate y el diálogo reflexivo hubiera sido mínimo o inexistente, y de esa forma el próximo Game of Thrones se hubiese postergado demasiado; el siguiente juego por ver quién se queda con el trono de la mejor serie de televisión hubiera tardado muchísimo en encontrar otro rival de peso. En cambio, la semilla que dejó esta frustración colectiva de no ver satisfecha la necesidad de un producto serial del nivel prometido, crecerá rápidamente en la forma de nuevos aspirantes al trono televisivo, que se pelearán en una guerra más cruda y despiadada de lo que George, David y Dan jamás soñaron, y los espectadores tendremos mucho para admirar y, eventualmente, olvidar, para que la rueda de la ficción siga girando. Porque no todo está dicho y no todo está escrito.

Ha muerto el rey. ¡Qué viva el Rey!

 

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Todas las imágenes son propiedad de HBO, y aquí solo se utilizan con fin ilustrativo.

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Hablemos sobre reglas tipográficas y gramaticales para la escritura de diálogos en narrativa

NOTA: Si quieres saber en qué consiste y cómo se organiza esta sección del blog (Hablemos sobre corrección literaria), visita este enlace, donde también encontrarás un índice con los artículos publicados y algunos de los próximos a publicar.

Para ponernos en contexto

Después de mucho rato sin agregar nada a esta sección de mi blog, hoy regreso para compilar las reglas tipográficas y gramaticales más importantes para la escritura de diálogos en narrativa. Pero, ya que este es un tema más técnico, no lo abordaremos desde un caso concreto, sino desde varios casos de distintas correcciones que he realizado. Ello, porque es difícil encontrar un ejemplo único que presente las principales confusiones que se suelen observar en el tema.

Así que tomaré algunos de los ejemplos más interesantes de textos en los que he trabajado y los corregiré (los identificarán porque son los únicos que no se basan en el genérico personaje «Pedro» que uso para los demás ejemplos, bastante cutres, por cierto). Pero cada texto lo presentaré en su sección específica, tras explicar las reglas asociadas a este. Así que, al final, será como leer una simple guía para escribir diálogos en narrativa, solo que con ejemplos sacados de cuentos y novelas reales (con las modificaciones ligeras que yo les hago para mantener la confidencialidad que caracteriza al trabajo de corrector).

Hoy estaremos hablando, entonces, sobre cuál es el signo tipográfico correcto para representar los diálogos e incisos de narración, cuáles son las reglas gramaticales de su uso, las consideraciones especiales que hay que tener para diálogos largos y para pensamientos, además de la diferencia entre verbos del habla y no verbos del habla, en términos de diálogo. Sigamos.

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Steamed hams but it’s un cuento de Cortázar

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Cuando un cronopio debe invitar a su jefe fama a un almuerzo de cortesía en su casa, le da malas instrucciones porque un cronopio llega a su casa por intuición más que por geolocalización y porque llegar a una casa diferente por error es siempre una oportunidad para celebrar las dulces coincidencias de la vida y bailar tregua y bailar catala. Si a pesar de las malas indicaciones, el jefe fama localiza y llega a la casa del cronopio, este tardará en abrirle o no lo hará nunca, porque encontrar las llaves de la puerta de calle es tarea difícil para un cronopio, que gusta de esconderlas en lugares insólitos para así jugar a encontrarlas silbándoles a la espera de que respondan.

Ya dentro de la casa del cronopio, el jefe fama rebufa y reniega del desorden de recuerdos sin etiquetar y los pedazos de alcachofa o alcaucil regados en el suelo, mientras el cronopio le prepara hamburguejas al vapor o cualquier otra comida absurda de cronopio, que a los famas siempre les da indigestión y pasan semanas de rigurosos lavados estomacales correctivos y preventivos. Ya puestos en la mesa, el fama revisa meticulosamente los alimentos ofrecidos por el cronopio, y rechaza la historia familiar y cultural detrás de ellos, el tipo de cocción, la calidad de los mismos y los compara con sus propios referentes gastronómicos, por lo general relacionados a la comida industrializada.

Entonces el cronopio se da un respiro y se dirige a su cocina de casa, para mirar la aurora boreal que brilla en habitaciones aleatorias de las casas de todos los cronopios, en cualquier momento del año, en cualquier momento del día y cualquier ciudad del mundo. Esa luz siempre seduce al jefe fama, pero el cronopio solo la comparte si ve en los ojos de su jefe algo diferente al temor que acompaña al escepticismo. Si no observa en la mirada del fama la ingenuidad del que se dispone con todo su cuerpo a dejarse asombrar, sabe que es momento de despachar a su jefe y dar por terminado el almuerzo de cortesía.

Ya afuera de la casa del cronopio, el jefe fama se relame los labios y en su fuero interno sabe que la casa del subalterno tiene algo que la vuelve irresistible. De modo que, para asegurarse una futura visita, y en un último intento desesperado, ejecuta lo más parecido a un cumplido que sabe hacer, y alaba su comida, aun cuando su gastritis esté a punto de reventar. Al darle la espalda para regresar a su casa, el fama queda con el recuerdo del reflejo de aquellas luces del norte y el cronopio se queda afuera de casa, sin llaves, y sin poder entrar de nuevo, pensando que, de vez en cuando, le convendría ser un tanto más organizado.

Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri

Mi nombre es C Mi nombre es Vi Mi nombre es Víctor n Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri, tengo 35 añodMi nombre es Vïctor En Mi nombre es Víctor Enqi Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri, nací el 16 de septiembre y estoy bastante aburrido frente a mi computadora, sin nada más que hacer que escribir cualquier palabra que se cruce por mi cabeza, para no perder el entrenamiento con el teclado, y la capacidad de escribir sin prácticamente pensar en nada más que en lo que está surb Mi nombre es Vïctr Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegre Mi nombre es Vic Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y he tenido que reempezar porque he cometido un errr Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y tengo que cambiar de tema cada vez que reempiezo porque de otra forma dt Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y eso es lo único en común que tienen todos los reinicios de este tonto juego que me he inventado para pasar el rato, porque ya no tenía nada nuevo que escribir y en cambio sí mucho que procrastinar para no terminar nunca el trabajo por el que me están pagando, y de paso lo suficientemente poco como para que me tome más en serio termnar Mi nombre es Víctor Enrique Mosquedfa mi Mi nombre es Víctor enri Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y todavía no entiendo co Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y ni siquiera pude exr Mi nombre es Vïctr MI no MI Mi nombre es Vícrr Mi nombre es Víctr Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y he llegado al punto en el que me pregunto cuál es el objetivo detrás de todo esto y si realmente todo se reduce a que no tengo más nada que hacer; porque yo bien que me conozco y sé al menos dos cosas de mí: una, que soy un obsesivo y que cuando empiezo con este tipo de juegos se me hace difícil parar y saber cuándo es suficiente, y la otra, que me gusta la lúdica detrás de la narrativa, y que una parte de mí sabe que aquí puede esconderse el germen para algo que valga la pena ser publicado en mi blog, al menos como uno de esos atractores nulos de clic, en los que me encanta trabajar para seguir justificando mi falta de éxito en la literatura en aquella premisa de que es que escribo cosas muy atípicas y diferentes del gusto popular, porque sa Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y me sorprende todo lo que logré escribir antes sin cometer ningún error. Supongo que es la capactia Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y creo que me alegré demasiado pronto. Como diría mi padre: alegría de tísico (lo que, ahora que lo pienso, nunca he sabdMi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y creo que lo más interesante de este juego que estoy haciendo es el desprendimiento que plantea la obligación a no retomar un tema después de que he cometido un error escribiéndolo, porque eso justamente va en contra de la obsesividad de la que antes hablé, que me ha llevado desde siempre a intentar explicar todo llenándolo con miles de rodeos innecesarios, redundancias y demás artificios inútiles, que solo demuestran que en el fondo creo que la gente no es lo suficientemente inteligente para entenderme o que yo soy demasiado inepto para comunicarme. Y es justo en este punto en el que por fin logro completar una idea sin cometer un error, en el que me pregunto qué es lo que pasaría si en efecto fuera tan ben M Mi nombre es Víctor Enro Mi nombre es Víctor Enrtiqu Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y no entiendo por qué lo que más me cuesta escribir sin errores es mi nombre. Supongo que un psicoanalista muy rebuscado podría argumentar que sde Mi nombre es vV Mi nob Mi nombre es Vìctor Mi nombre es Víctor Enrique Mosquea Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y pasan tantas ideas por mi cabeza cada vez que reinicio y se pierden antes de que logre completar mi mo Mi nombre es Vìcrt Mi nombres es Mi nombre es Vi Mi nombre es Vícotor Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y hay algo que me preocupa de todo este juego, más allá de que me están empezando a doler los dedos por la velocidad a la que me obligo a escribir para que tenga sentido todo esto de darle un tratamiento así de punitivo a mis errores de mecanografiado (que después de todo he llegado a desarrollar bastante precisión con el teclado cuando escribo a velocidad media), y es que siento que, por su misma esencia carente de fondo, la mínima narrativa rescatable de este texto tendrá que retrasarse demasiado antes de llegar a una conclusión al menos válida como tal o un punto en el que se pueda insertar la punch line, que le lleve al lector a sentir que tuvo sentido leer todo esto, y eso si en algún momento lotgro Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y honestamente esta es la primera vez que no sé qué escribir y me he tenido que quedar dos segundos en blanco sin pulsar una sola tecla, lo cual es bastante lamentable para mí dentro de mi autoexigencia, incluso en este tipo de juegos en el que solo yo puedo saber si he hecho trampa y nadie me obliga a delatarme. Es parte de esa supuesta moral elevada que me he impuesto en prácticamente cualquier actividad de mi vida, y que me ha llevado al fracaso en situaciones que otros han logrado saldar por medio de la trampa, la indolencia y quién sabe cuántas cosas más. Porque en el fondo esto va de mi sensación de superioridad moral, que antepongo a cualquier relación que tengo con la realidad. Ya de por sí esta idiotexz Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y continúo con esta charada, que cada vez se siente más como un diario de confesión improvisada de último minuto, y, como casi siempre que me he dejado llevar por la escritura automática sin un objetivo narrativo concreto, termina convirtiéndose en una suert de catarsis forzada, que en realidad nada nuevo saca de mí, porque así de duro soy para mostrar mis debilidades, que, cuando parece que lo estoy haciendo, en realidad estoy diciendo las mismas tres cosas que siempre he sabidp de mí, y que sé que al decirlas llevarán a los otros a pensar que soy un sujeto honesto y abierto, cosa que tampoco es un hallazgo, que bastante me confrontaron sobre ese aspecto cuando estudiaba psicodrama y que supongo que esa es la razón de que casi nunca me eligieran ni como protagonista, ni como yo auxiliar, y que me terminaron llevando a abandonar los estudios, no solo porque me sentía fuera de lugar con tantos estudiantes obsesionados en entender la tele y demás conceptos morenianos como si de algo sobrenatural se tratara, y sobre la base de eso fusionar al psicodrama con cuanto rito chamánico y pseudocientífico se les atravesara (que es la excusa que di ante todos y ante mí por mucho tempo), sino porque me sentía socialmente fuera de lugar (como a la larga me he sentido desde mi adolescencia, fuera de casa y fuera del mundo, que ya no es sorpresa para mí que por ello me rpliegue a mis hijos como excusa para escribir menos a mis amigos e interesarme menos por sus vidas, alejarme más de ellas), como si todas las conversaciones en las que entraba estaban llenas de chistes internos y códigos de grupo que me esquivaban sabiamente, porque no me querían allí, como castigo por no saber o querer abrirme o como escudo colectivo para no notar que su defendida psicoterapia resultó inútil para algo tan sencillo como para ayudarme a que me abriera emocionalmente, que es más fácil que enfrentarse a la certeza de que el psicodrama, como cualquier otra psicoterapia, es en general tan inocuo como un frasco de homeopatía, y que todo se termina reduciendo a la necesidad de pertenencia y a la búsqueda de alguien que te toque el hombro y te diga que no está mal ser tú porque de otra formas quizás eso implicaría que está mal ser ellos, y es preferible anteponer la empatía como regla general, sin importar el nivel de perversión o locura, que prp Mi nombre es Víctor Enrque Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y lo que sucede en este justo punto es que s Mi nombre es Víctor Enrique m Mi nombre es Vïctor Mi nomr Mi nombr Mi nombre es Víctor Enrq Mi nombre EMi mi Minom Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y si esto fuera un formulario bastaría con dejar una larga línea, donde eventualmente se agregaría la información pertinente, después de pensarla lo suficiente, pero como hay que obrar como en un test de asociación libre de palabras o de completación de frases y escupir cualquier cosa, por tonta que parezca, antes de lo que realmente parezca es que tienes demasiada resistencia al psicodiagnóstico y que, por ende, el conflicto rodea a la frase o palabra en cuestión, y ahora hay que repreguntar o ahondar en ese punto, y qué pereza que la evaluación proyectiva siempre encuentre la forma de salirse con la suya, y concluir que o estás mal por lo que dices o estás mal por cómo lo dices o estás mal por no decirlo, que si uno quiere hacer parecer a una vieja católica bonachona una neonazi homosexual reprimida solo tiene que escoger las palabras y gestos adecuados y montadf Mi nombre es Víctor M Mi ombr Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allefe Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y debo confesar que en la línea anterior cometí un error a propósito porque no sabía qué más decir y sencillamente no quería seguir explorando esa línea, pues sabía que ya había agotado su interés y su utilidad en este experimento, para cualquiera que vaya a leerlo en algún momento. Porque eso es lo que pasa cuando se supone que eres un creador de contenidos: que ya no puedes escribir para ti mismo nunca más (eso en caso de que tus contenidos sean escritos, que si son de otra índole aplica igual, pero sobre el tipo de contenido creado). Si te has intentado hacer un nombre como escritor, te toca sencillamente vender tu vida privada, tus letras, a cualquier cosa que parezca un proyecto escrito. Si escribes un diario, ya no quieres que su escritura tenga lugares comunes y errores de estilo, porque sabes que eventualmente será un producto vendible. Y eso te impide ser todo lo honesto contigo mismo que tal recurso exige para que tenga sentido aplicarlo. Y aun así sigues. Porque, si haces la lista del mercado, quieres que tenga inserta alguna cosa que la vuelva atractiva para otros. Escribir ya no es ni será nunca más el acto privado y de rebeldía que alguna vez fue, y esa es la razón de que haya borrado varios de los errores que he cometido en esta línea de pensamientos y no haya reiniciado con el Mi nombre es tal cosa y tal otra; porque de verdad quería terminar esta idea, y ya está bastante desgastado el discurso de que soy obsesivo, pues hace mucho que fui dado de alta por tal trastorno y lo que queda de obsesión compulsiva en mí es tan leve que no me impele a hacer cosas como esta sin poder parar o sin poder romper con sus reglas autoimpuestas, porque en realidad ya no sigo esas directrices en mi vida. Y ni siquiera me queda esa supuesta superioridad moral de la que hablaba líneas atrás, porque sencillamente emigrar te hace tragarte todos tus preceptos morales y no hay nada más que hacer que mirar con resignación el presente y recordar con nostalgia aquellos tiempos en que mandabas en tu vida moral, y no en los que las circunstancias te orillan, solo para que te des cuenta que tampoco es que se necesitaba demasiado para orillarte, porque en el fondo eres como cualquier otra persona, y tienes un precio bien marcado en la frente, que cualquiera puede comprar, siempre queffk Mi nombre es Vìctor Enqie Mi nombre es Vñi Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y ya es obvio que este aplica para uno de esos cuentos en los que escribo Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y en los que, como me impuse en su momento, sin importar cuantas mentiras contara o cuantas verdades camuflara o invistiera con las telas de la pseudoautobiografía, tengo que dejar escondida al menos una verdad que descubra escribiendo el cuento, y creo que esa es la tarea más complicada a la que me enfrento en este juego, porque en los otros casos he contado con días para escribir, reflexionar y pensar, hasta conseguir esa pequeña verdad que no conocía de mí y poder deslizarla en algún lugar difícil de detectar de la historia, con sus respectivas pistas para así detectarlo; pero aquí no cuento con tal tiempo ni con la paz mental suficiente para poder llegar a tales reflexiones, ni mucho menos con el interés que antaño tuve al escribir esas autoficciones de practicar el también egocéntrico autoanálisis, eso a pesar de que, como ya he delatado antes, nada me impide romper todas las reglas que se supone me impuse en este juego, porque ya para este punto he roto todas las reglas posibles, más de una vez y en lugares y formas que no sospecharías, de modo que si quisiera podría dejar este texto descansando en el cajón por días, semanas o meses; cajón del que lo sacaría en momentos precisos para releer, corregir y tratar de plantar esa verdad inédita y tú nunca te enterarías ni te  que f4e Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y como djd Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri uy Mi nombre es Víctor MMM Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y ya estoy leg Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y si después deesto Minom Mi nombre es Víctor Enrique MOsqued Mi nombre es Vícto Mi jn Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y como c Mi nombre es Vïcto Mi nombres Mi nombrees Mi nombre es Víctor enriqu MIno MI nombres Mi j MI nombres es MI no Mi bno Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y deeed Mi Nombre es Víctor M MI Mi nombre es Vi Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Alerg Mi nombres Ed Mi nomqw Mi nombre es Víctor Enrique Mosqueda Allegri y ya qué fdiabls Mi nombe Mi nombre es Víctor Enrique Mosquedaa MI nombr Mi nombre es Víctr M Mi nombre es Víctor Enrique Ms Mi nombre es Vícor Mi nombrees Mi nombres Es Mi nombre es V`ci Mi nombre es Víctor entr Mi nombre Esm Min Minnr Mi Nomr Mo nMi nombred eMis Mi nrd Mi nombre es

Sexo sucio a lo Walking Dead

Si en vez de Rick Grimes hubiera sido yo, mi yo de dieciocho o diecinueve años, máximo veinte, el que hubiera despertado en un hospital un mes y medio después del apocalipsis zombi, de seguro no hubiera sobrevivido las siguientes veinticuatro horas. Ni que decir que jamás habría llegado a Atlanta, a la prisión, a Terminus. Ni siquiera a la tienda de la esquina. Y no por lo obvio: no soy policía, ni tengo conocimientos en defensa personal o uso de armamento. También he sido un sujeto bastante apegado a la realidad, y amanecer en un mundo sucumbido por una epidemia zombi, el zombi de Hollywood, que no el haitiano, amanecer en medio de lo que parecería una fantasía gore me hubiera descolocado de tal forma, que la sensación de desrealización me hubiera devorado el cerebro más rápido que una horda de caminantes hambrientos (dejemos de llamarles zombis para respetar el canon). Todo eso sería, en definitiva, lo de menos.

En Trilogía sucia de la Habana, Pedro Juan le dice a una prostituta, de seguro Luisa, no lo recuerdo, que el sexo no es para personas escrupulosas, para personas higiénicas o demasiado prudentes. Y mientras le dice esto le mete tres dedos por el culo, llenándose de su mierda. Tampoco recuerdo si eso es lo que pasa, pero bien podría haber pasado. Y la mujer se corre y él se queda en el mueble, con la mano llena de heces, sin apremio por limpiarse, mientras espera que le den alguna lamida a su pene, lo más probable es que con mal aliento; con el aliento mezclado de otra docena de felaciones en sus dientes, sus encías, su lengua sin cepillar, sumadas a un almuerzo carnívoro y etílico, que espera con paciencia el tiempo de la descomposición natural.

La cosa es que yo nunca podría hacer algo siquiera parecido. Por eso jamás he logrado tener ninguna variante del sexo anal, a pesar de que la figura, en sus fórmulas más depuradas, despierta cierto morbo en mí, que viene a mezclarse sin demoras con la culpa y el recato. Por ello no solo no he tenido ninguna forma de sexo anal, sino que cualquier insinuación de que puede darse la posibilidad ha terminado por arrancarme la erección que había alcanzado, resultando bastante cuesta arriba volver a conseguirla, para completar al menos una transacción burda, similar al acto sexual, que no me deje tan mal parado.

Porque, si somos sinceros, y para llegar al punto, aceptaremos que sobrevivir a una invasión de caminantes es bastante parecido a sobrevivir al sexo sucio, al más sucio de los sexos sucios. Se necesita ser lo menos higiénico y pudoroso posible, perder todo impulso de limpieza, para tener al menos un poco de éxito: tomar el cuchillo y enterrárselo en el cráneo semideshecho al caminante, con tus manos ahora llenas de sangre coagulada, carne rancia, pedazos de hueso débil y, con suerte, algunos gusanos. Todo ello con la seguridad de que no tienes un baño cerca, jabón, gel antibacterial, lejía; y con la seguridad de que si lo tuvieras no se puede desperdiciar el tiempo en minucias, porque alguien ha soltado un disparo y es cuestión de tiempo antes de que el sonido atraiga a más caminantes, y todo el grupo se encuentre en un callejón sin salida. Entonces toca retrasar la satisfacción de la limpieza para mantener la de la supervivencia. Toca dejarse la mano embarrada de mierda mientras se espera recibir la felación.

Por ello, al levantarme en el hospital tras días enteros sin bañarme, en un escenario lleno de cuanta inmundicia pueda caber en un plano televisivo, la única voluntad que podría juntar para moverme sería la de buscar una regadera y regresar toda esa suciedad a su lugar, conseguir algo de ropa limpia y quedarme refugiado en algún lugar donde no lleguen los olores a muerte. Porque nadie habla de los olores de los caminantes. Ni de sus propios olores. O no lo hacen lo suficiente. Pero yo siento que puedo olerlos, cada segundo, incluso cuando pongo todo mi empeño en no hacerlo.

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Busco editor

Alto, joven, de mirada profunda y ojos preferiblemente claros (mis favoritos son los de tono esmeralda, pero no pido tanto), con musculatura definida aunque no demasiado marcada, gusto por la moda, sensibilidad emocional y empatía. Que sea un romántico empedernido, de los que no se avergüenzan de llorar en una película de amor en el discurso final y que te tome de la mano por la calle como si no hubiera nadie más en el mundo al que aferrarse. Que no crea en tontos convencionalismos sociales y no cuente el número de citas o el número de días para devolver una llamada o decir «te amo» si de verdad su cuerpo y su alma le piden avanzar más rápido.

Que quiera saberlo todo de mí y los ojos le brillen de fascinación cuando le hable de mis proyectos más alocados, de mis novelas de aventura, de mis libros de fantasía. Que sin dejar de mirarme a los ojos un segundo, y ardiendo de deseo, me diga «serás el próximo Dan Brown, te lo prometo; aunque tenga que arriesgar todo lo que tengo para ello». Que su amor por mí sea tal que le resulte imposible encontrar mis defectos y que, siempre con una sonrisa al borde del beso desenfrenado, me diga que para él soy perfecto, que me ruegue que nunca cambie, tal como yo le pediré el mismo compromiso, incapaz de verle costura alguna, ciego, completamente ciego de pasión y amor.

Busco editor, soltero, demócrata, socialmente sensible, de buena familia y de preferencia católico pero de pensamiento religioso libre y crítico, que crea en el amor a primera vista, con contactos en Random House Mondadori y HBO o AMC. A cambio, obtendrás a un escritor en ciernes, con cuerpo trabajado en gimnasio y una tetralogía de terror místico religioso inédita, con sueldo anual de cuatro cifras… por ahora. Vamos, anímate y escríbeme al teléfono de contacto y tengamos una primera y delirante cita. Te lo juro que no te arrepentirás. Y tus jefes tampoco.

Black Mirror: Bandersnatch. Una reseña / crítica interactiva

bandersnatch

Sí. La reseña también es interactiva. No solo la peli

Lo que sigue a continuación es producto de un mes de ociosidad y necesidad atrasada de escribir. Hace exactamente 30 días vi la película interactiva del universo de Black Mirror, «Bandersnatch», estrenada el 28 de diciembre (una eternidad en los tiempos agitados que corre la televisión y la programación por streaming), y luego de varias horas de jugar a ser un minidiós de las decisiones dicotómicas, me introduje en un pequeño vórtice de Wikipedia y YouTube y descubrí que el programa que habían usado para escribir el guion de la serie se llamaba Twine y que era de código abierto. Así que me lo descargué, empecé a jugar y, cuando me vine a dar cuenta, estaba escribiendo una reseña (o una crítica, nunca me terminé de decidir) interactiva sobre la película interactiva de la que todos están hablando.

Honestamente, hubiera querido publicar esto mucho antes, que ya sé que en este mes el tema ya se ha estado agotando (ya dije que la televisión vive tiempos agitados), pero es que no podía resistirme a dejar que nacieran más y más opciones en este juego interactivo que, en algún lugar, tiene algo de reseña, algo de crítica y algo de «Black Mirror: Bandersnatch», pero sobre todo tiene muchos easter eggs, muchas trampas de osos, juegos y experimentos narrativos y un compilado de cultura pop serial y cinematográfica.

Quiero leer la reseña (o la crítica)

Entonces, si te animas y tienes ganas de leer algo diferente, lo único que tienes que hacer es clicar sobre el enlace a continuación. Sobra decir que te encontrarás con un mar de spoilers, pero doy por sentado que si continúas es porque ya viste la peli o no te interesan los spoilers. Y si, al final del recorrido (o donde decidas parar), sientes que te pasaste un buen rato, compártelo con tus amigos, déjame algún comentario o dale un «me gusta», para ver si esto lo leen al menos tres personas. Así que, sin más preámbulos, los dejo con el enlace:

¡Vamos a la reseña interactiva!

Abuso del vocativo

Cuando mi hija de 2 años y medio hace juego de roles, repite hasta el hartazgo el nombre del personaje ficticio en el que sea que me haya investido. Y me dice: «Hola, Papá Noel. Vamos a salvar la navidad, Papá Noel. Sígueme, Papá Noel, por aquí, Papá Noel». Y yo le recuerdo que eso constituye un abuso del vocativo, que es un error de estilo espantoso, que no es necesaria la repetición del nombre del personaje una vez que la audiencia ya lo conoce, que eso le resta realismo al diálogo, y ella que sigue: «Hola, lobo amistoso. Vamos a la casa de los chanchitos, lobo amistoso, por aquí, lobo amistoso. Sígueme, lobo amistoso». Y yo le insisto, y le agrego que el abuso del vocativo se torna más desagradable cuando se le incorpora un adjetivo, porque eso representa una sobreadjetivación, y solo un personaje patéticamente monodimensional se puede reducir a un único adjetivo, además adherido a su nombre. Y ella intenta un plot twist y me dice: «Hola, duende. Hay que buscar el tesoro, duende. Sígueme, duende, por aquí, duende». Y yo empiezo a perder mi paciencia, porque además del abuso del vocativo sus historias empiezan a resultar evidentes y predecibles. Siempre hay un ser mágico, una búsqueda y un camino que ella marca y yo debo seguir. Y no hace falta ser muy inteligente para entender lo que esas historias simbolizan. Se trata de la dominación del niño por sobre el poder de sus padres, de trata de instrumentalizarme, de volverme un utensilio al servicio de sus necesidades egocéntricas, de reducirme a la imagen narcisista que ella ha construido de mí. Y no me molesta la revelación de que me quiera involucrar en su juego de poder, en el que yo siempre soy el patiño y ella la líder, en el que yo suplo las carencias de su cuerpo todavía pequeño e inútil. Ese es un deseo normal a su edad; es comprensible que no pueda ver más allá de sus pequeñas frustraciones existenciales. Lo que me irrita es que se delate tan fácil, que no haga un esfuerzo narratológico mínimo, y que cualquiera pueda notar cuál es su metáfora obsesiva. Porque se supone que un autor es interesante solo en la medida en que pueda ocultar al menos un poco el tema que recorre su obra, que solo tiene valor en tanto sea lo suficientemente plástico como para jugar con los límites de sus propios intereses y estirarlos tanto como sea posible. Y ella contraataca y me dice: «Hola, dragón. Vamos a rescatar al caballero, dragón. Por aquí, dragón. Sígueme, dragón». Y yo estallo y le grito y la golpeo y la dejo sin merienda y la castigo sin televisión en su cuarto, por su bien, porque no quiero que cuando sea directora de cine cometa esos errores tan vergonzosos y la gente haga memes de sus películas, como hacen con Titanic, que abusa del vocativo con el maldito Jack y la maldita Rose, como si a alguien le fuera a interesar menos la historia solo porque los personajes dejan de llamarse por sus nombres al menos una puta vez, como si eso funcionara como niebla para que no nos diéramos cuenta de los otros miles de errores de la película. Y le muestro los memes en YouTube a mi hija para que vea que no es solo un capricho mío, sino una tendencia cada vez mayor en el gusto del consumidor, que desea productos de calidad, depurados, refinados. Y ella sigue llorando y yo no quiero que llore, porque la amo y porque si llora se le empaña la vista y no ve bien los vídeos. Así que lo retrocedo para que vuelva a ver el pedazo que sus lágrimas le ocultaron y, como para provocarme, ella estalla y me grita: «Ya basta, papá. Vete de mi cuarto, papá. Te odio, papá. Ya no te quiero más, papá, y no quiero ver ese video, papá». Y yo trato de contenerme, porque soy el adulto, y le digo: «Retráctate. Pídeme que me vaya de tu cuarto y dime que me odias sin apelar al vocativo. A menos que quieras que el castigo sea ahora de un mes». Y se ahoga en llanto y no puede hablar, pero trato de no hacerme ilusiones, de no pensar que ha optado por dialogar a través del silencio, de la acción dramática, que es, después de todo, el recurso dialógico final y más refinado. Porque ya son muchas decepciones en un solo día y no estoy seguro de que pueda aguantar una más. Por eso espero incólume a que las lágrimas bajen su caudal y despejen el camino de su garganta. Si aún así renuncia a hablar, sabré que en el fondo hay esperanzas, que es posible que de verdad escuche lo que le digo, que sea real esa inteligencia superior que le he visto desde que nació y que me ha llevado a intentar estimularla de la forma más propicia, para que tenga un futuro del tamaño de su brillantez, para que nadie pueda burlarse de sus películas, o sus novelas, o lo que sea que ella decida escribir, que tampoco se trata de prescribirle un destino, pero sí de garantizarle que podrá transitarlo por una ruta llena de éxito y admiración colectiva. Porque el abuso del vocativo no lleva a ningún lugar de valor. El silencio dialógico sí. Por eso espero, así, tan callado como ella, diciéndole cuánto la amo y de cuánto la protejo, con mi gesto firme y mi rostro serio, a la espera de algo, por pequeño que sea, y mejor si pequeño o incluso imperceptible, que me diga que esta conversación ha terminado.