Se volvió un experto en el arte de escribir de forma minúscula e hizo buen dinero vendiendo novelas escritas sobre granos de arroz. Las largas horas de dedicación a esta artesanía le valieron premios y reconocimientos dentro y fuera de su tierra, pero también terminaron por deteriorarle la vista hasta el punto de no poder ver un par de metros más allá de sus narices. Cuando en su vejez le sobrevino un infarto fulminante, pasó su vida delante de sus ojos, una autobiografía novelada hermosamente escrita por su propio puño y letra, pero no tenía la lupa a mano y no pudo leer una sola palabra.