Reseña de Cuando quiero llorar no lloro

1661501A mi parecer la mejor obra de Miguel Otero Silva y una de las mejores novelas de Venezuela. Iniciando con un larguísimo prólogo, aparentemente desconexo del contenido real del libro, Otero Silva nos anuncia con total claridad que no leeremos un libro de narración tradicional. De hecho, la separación en capítulos del libro se vuelve en una excusa para que Otero Silva pueda explorar diferentes herramientas y recursos literarios en cada uno de ellos, incluyendo pasajes donde el surrealismo se hace presente, y donde la narración se enrevesa de formas hermosas, que terminan haciendo del libro muchos libros.

Podríamos hablar de la historias de los Victorino como uno de esos libros, la historia del prólogo como otro de ellos, ambas historias unidas por sutiles vínculos como un tercero, y un libro más por cada fórmula narrativa explorada, aunque eso último quizás lo aproxime más a la estructura de un libro de cuentos.

El tema político aparece, como es natural en Miguel Otero Silva, pero parece haber una preocupación mayor por el tema socioeconómico, un poco más libre de filtros de interpretación, lo que vuelve a la obra, principalmente, en un instrumento de narración, y no en un instrumento de adoctrinamiento, como dejaban la sensación las antiguas novelas del autor.

Por todas estas razones, no podría más que decir que esta es la obra máxima de Otero Silva, aunque en muchas ocasiones se diga que es Casas muertas su obra mayor. A mi forma de verlo esta interpretación fue promovida por el plan lector de bachillerato de muchos años, donde este libro estaba incluido. Y es natural que se incluyera Casas muertas y no Cuando quiero llorar no lloro, pues este segundo libro no resulta adecuado para menores de edad, o personas que no tengan una instrucción mayor en lectura. Si nos olvidamos, entonces, de los factores contextuales que alzaron a Casas muertas como la obra máxima de Otero Silva, no habría dudas de que Cuando quiero llorar no lloro sería la obra señalada por todos como tal. En cualquier caso, sea la mayor o no, claramente es la novela que muestra el paso a la madurez narrativa de Miguel Otero Silva. Y es una novela de esas que siempre están en mi lista de «es necesario volver a leer» y nunca en la lista de «es necesario volver a ver».

Porque esta novela ha tenido sus diversas adaptaciones audiovisuales, y es necesario aclararlo: esta no es una novela para ser llevada a la pantalla. Al menos no por un cineasta poco ambicioso en términos de experimentación de técnicas narrativas y audiovisuales. Porque la plasticidad de esta obra, mérito de su diversidad narrativa, no es demasiado compatible con los métodos de exploración visual que tiene el cine o la televisión. Esta es una novela que se debe leer, y si es posible lento. Respirarla, porque es vertiginosa, y se te pueden fugar las páginas demasiado pronto, sin siquiera proponértelo. Si algún cineasta consigue que la historia se puede leer y respirar en la pantalla, que te muestre toda su ductilidad y lúdica, entonces me sentaré a mirarla una y otra vez. Mientras tanto, prefiero regresar al libro y al golpe inspiracional que siempre me inyecta.

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